¿Soy dueño de mi cuerpo?
Hace dos días termine de leer un grandioso libro sobre la pureza, el nombre del mismo es: "El Principio de Pureza" de Randy Alcorn; el principio es sencillo:
"La pureza siempre es inteligente, la impureza siempre es insensata"
En el Capítulo 3 del libro encontre una excelente analogía sobre los derechos que tenemos sobre nuestro cuerpo, eso es lo que quiero compartir:
Cuando hablo de la pureza, pido un lapiz prestado. Lo tomo, lo rompo por la mitad, lo tiro al suelo y lo pisoteo. La gente se queda boquiabierta. Entonces les pregunto porqué están tan asombrados. Siempre alguien me dice: "Porque usted rompió el lápiz a esa persona".
Entonces les explico que en realidad, el lápiz era mío, que yo se lo había dado antes a la persona, y le había pedido que me lo devolviera cuando se lo indicara. De repente todo cambia. Puesto que me pertenece a mí, yo tengo el derecho de hacer con él lo que me parezca. Si le pertenece a otra persona, no tengo derecho.
Ahora bien, ¿A quien le pertenece mi cuerpo?
"Porque habéis sido comprados con precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo." (1 Cor. 6:20)
Cuando acepté a Cristo, el título de propiedad de mi vida quedó transferido de mí a Dios. Él me compró y pagó por mí. ¿A qué precio? El de la sangre que derramó. Él nos creó, y suyos de nuevo porque nos redimió. Él tiene todo el derecho de decirme que debo hacer con mi mente y mi cuerpo. Yo soy el que no tengo derecho alguno de hacer lo que me plazca con mi cuerpo.
Para mi fortuna, Dios actúa siempre, no solo para su gloria, sino también buscando mis intereses. Por eso puedo estar totalmente seguro que todo lo que Él prohíba, es algo que me habría hecho daño... Y todo lo que Él ordene, solo vva a servir para ayudarme.
Y entonces... ¿De quién es mi cuerpo?
"La pureza siempre es inteligente, la impureza siempre es insensata"
En el Capítulo 3 del libro encontre una excelente analogía sobre los derechos que tenemos sobre nuestro cuerpo, eso es lo que quiero compartir:
Cuando hablo de la pureza, pido un lapiz prestado. Lo tomo, lo rompo por la mitad, lo tiro al suelo y lo pisoteo. La gente se queda boquiabierta. Entonces les pregunto porqué están tan asombrados. Siempre alguien me dice: "Porque usted rompió el lápiz a esa persona".
Entonces les explico que en realidad, el lápiz era mío, que yo se lo había dado antes a la persona, y le había pedido que me lo devolviera cuando se lo indicara. De repente todo cambia. Puesto que me pertenece a mí, yo tengo el derecho de hacer con él lo que me parezca. Si le pertenece a otra persona, no tengo derecho.
Ahora bien, ¿A quien le pertenece mi cuerpo?
"Porque habéis sido comprados con precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo." (1 Cor. 6:20)
Cuando acepté a Cristo, el título de propiedad de mi vida quedó transferido de mí a Dios. Él me compró y pagó por mí. ¿A qué precio? El de la sangre que derramó. Él nos creó, y suyos de nuevo porque nos redimió. Él tiene todo el derecho de decirme que debo hacer con mi mente y mi cuerpo. Yo soy el que no tengo derecho alguno de hacer lo que me plazca con mi cuerpo.
Para mi fortuna, Dios actúa siempre, no solo para su gloria, sino también buscando mis intereses. Por eso puedo estar totalmente seguro que todo lo que Él prohíba, es algo que me habría hecho daño... Y todo lo que Él ordene, solo vva a servir para ayudarme.
Y entonces... ¿De quién es mi cuerpo?
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